jueves, 9 de abril de 2015

El Pabellón (IV) que no fue


Sentí algo extraño cuando se nos pidió que vayamos a trabajar al "pabellón IV". Es un lugar que había escuchado nombrar por arriba pero que jamás había visitado, visto o percatado de su existencia. Era francamente pasado por alto.

                En la corta caminata desde el pabellón III fui imaginando con que me podía llegar a encontrar. Lo único que tenía claro era que no iba a ser un pabellón igual al II y al III ya que en ese caso lo hubiese visto. En un primer vistazo vi un estacionamiento dividido por grandes columnas ordenadas en prolijas hileras, respetando la misma forma que tienen los pabellones II y III. En esas columnas y en la pared que da al pabellón III encontré varios grafittis; vale recalcar algunos dibujos interesantes, un escrito que recuerda al flaco Spinetta y, especialmente, un simple grafitti que dice "grow" (crecer o desarrollarse en ingles). En el suelo, al costado de algunas columnas, hay unos pequeños  agujeros por donde puede llegar a caber un gato o un perro pequeño. Arrojé una piedra para tratar de descifrar, cual detective, la distancia que podía llegar a haber hasta el fondo. Fue en vano.


                Prácticamente en la mitad del terreno hay una clara separación. Del lado del ahora estacionamiento, se ve un suelo liso, trabajado para que los autos circulen sin problemas. Del lado que da al río, algunos árboles invadieron el espacio y montañas de escombros se hacen presentes. En ese momento tuve la oportunidad de ver a un camión que paso por un costado de los escombros para dejar los propios (generados por las nuevas obras realizadas en Ciudad Universitaria) del otro lado de la montaña y también que dos personas debatan cuales serían los próximos lugares para descargar y así aprovechar de la mejor manera posible ese espacio. En el suelo se encontraban varias latas de cerveza, algún que otro resto de tetrabrik, paquetes de papas fritas y algunas latas de aerosol.


                Con mis compañeros de grupo nos sentamos en un tronco y nos pusimos a debatir sobre el lugar. Tuve la suerte de que uno de ellos había estado en una clase en la que el profesor habló de la historia del pabellón IV. Brevemente nos explicó que la obra comenzó en un proceso militar con la función de aglomerar en un mismo lugar a una mayor cantidad de alumnos de la que ya existía. Pensando en una posible rebelión, creían que sería más fácil de combatir si la juventud estaba reunida en un mismo lugar y mejor aún si estaba encerrada entre las vías del tren y el río. También nos contó que la gran apertura, que iba a ser la entrada a la facultad, tiene las dimensiones justas para que pueda entrar un tanque de guerra.

                Similar fue la historia que nos contó Gabriel Valansi cuando nos reunió en uno de los costados del "pabellón".  El profesor agregó que el gobierno militar que decidió abandonar la obra fue el de Onganía luego de "La Noche de los Bastones Largos", ya que se dieron cuenta que tener a todos los estudiantes universitarios en un mismo lugar no era una gran idea.


                Luego de las charlas con mis compañeros y con el profesor Valansi, en el lugar se sentía un ambiente diferente. Dejos de tristeza se sentían en nuestras palabras cuando hablamos de los golpes de estado que sufrió nuestro país desde 1930 hasta 1983. Sin embargo fue ahí cuando el graffiti que dice "grow" llamó mi atención. El pabellón que no fue se convirtió en un sector de expresión, de pensamiento y, por qué no, de recreación. Los grafittis, la cantidad de productos audiovisuales que (tengo entendido) se grabaron ahí, el propio trabajo que estoy realizando y los restos de comida y alcohol lo demuestran. Como dijo uno de mis compañeros, el lugar se recicló a sí mismo para utilizarse con nuevos fines.

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